Mientras en los cuarteles generales de la Editorial Salamandra las imprentas trabajan a doble turno para lanzar al mercado lo antes posible la, hasta ahora, exigua bibliografía de Abdulrazak Gurnah, vale la pena fantasear con cuándo Colombia ganará su segundo Nobel de Literatura. Nuestro próximo galardonado tal vez ya esté entre nosotros, tal vez no haya publicado nada aún, tal vez esté escribiendo estas letras, quién sabe.
Lo que sí sabemos, gracias a la desclasificación de las actas de la Academia Sueca que ocurre tras 50 años de cada deliberación, es que estuvimos muy cerca de lograrlo con Germán Pardo García y no una sino cuatro veces. Puede que la mención de este poeta ibaguereño nacido 25 años antes que García Márquez no le diga nada a la mayoría, pero en el número 4 de la Calle Källargränd de Estocolmo lo recordarán por siempre con su nombre escrito en letras doradas.
Su epopeya hacia la inmortalidad arrancó en 1967, cuando el profesor James Willis Cobb de la Universidad de Washington lo nominó para formar parte del exquisito grupo de 70 finalistas al Nobel de Literatura que terminaría llevándose el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
Aunque en aquel debut sus posibilidades eran reducidas porque en 1966 el género lírico había canjeado un galardón para Nelly Sach, Pardo García se había instalado en la élite y competía de tú a tú contra titanes sin corona como Yukio Mishima, J.R.R. Tolkien, Graham Greene, Jorge Luis Borges o André Malraux y futuros ganadores como Samuel Beckett, Yasunari Kawabata o Saul Bellow.
Casualmente sería Yasunari Kawabata quien le arrebataría la gloria en 1968, un año en el que se sumó abiertamente el apoyo del profesor Kurt Levy de la Universidad de Toronto. Pardo García llegaría a esta elección con sus mejores respaldos, pero la irrupción en el listado de colosos como Vladimir Nabokov y los futuros premiados, Pablo Neruda y Heinrich Böll, harían que su candidatura fuera perdiendo fuelle lentamente. El desgaste se notaría en 1969 cuando perdería a uno de sus nominadores y naufragaría entre las 103 plumas que inundaron las quinielas.
En 1970, el sorpresivo Aleksandr Solzhenitsyn nos devolvería la fe, pues como prosista europeo abría el camino para que el premio de 1971 se le concediera a un poeta del continente americano. Y así fue, pero no a Pardo García, sino a Pablo Neruda, en un acta que se revelará este año y que, indudablemente, significó el final del camino para nuestro hombre. Sus cuatro nominaciones lo sientan a la mesa con Ernest Hemingway, H.G. Wells e Ivo Andric (4), lo dejan un escalón por debajo de León Tolstói o Benito Pérez Galdós (5) y lo elevan por encima de Simone de Beauvoir (2), Alejo Carpentier (3), José Ortega y Gasset (2), Miguel Unamuno (2) y tantos autores fugaces que sucumbieron en el temporal de la competencia.
Con todo y esto, la obra de Germán Pardo García es casi imposible de conseguir en la actualidad y esto dice mucho de la forma en que injustamente arrojamos al olvido a nuestros héroes literarios.
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