En una actitud hipócrita, nos damos golpes de pecho por los sobornos de Odebretch para obtener contratos o para financiar campañas, que luego les permitan tener acceso a condiciones favorables para futuros negocios. Y es hipócrita porque no escucho el mismo clamor de indignación cuando esto sucede con contratistas colombianos en cada elección en nuestro país.
Y más hipócrita aún, que ante el escándalo de Odebretch el presidente Juan Manuel Santos anuncie una supuesta guerra contra la corrupción, cuando él ha sido el corruptor principal del Congreso, de las Cortes y de los medios de comunicación, a través de prebendas y también de presiones, económicas y burocráticas.
Hipócritas también los Verdes que se suben a la ola de la indignación contra la corrupción para obtener favorabilidad política en una elección, recogiendo firmas para un referendo que, incluso si se aprobara, no reduciría en nada la corrupción en Colombia.
Para nadie es un secreto que la campaña presidencial de hace dos años tuvo todo tipo de irregularidades. Desde el uso de la Justicia por parte del presidente para desacreditar a un candidato, hasta la violación de topes con dineros que nunca entraron a la campaña y que no fueron ni serán investigados.
Como tampoco serán investigados los billones de pesos con que contratistas financiaron, hace poco más de un año, a los candidatos a las distintas alcaldías y gobernaciones. Financiación que hoy es retribuida con licitaciones con proponente único o con contrataciones directas.
Acá un fallo se compra. Una decisión judicial se compra. Un debate en el Congreso se compra. Una opinión en un medio de comunicación se compra. Todo está a la venta. Y nos rasgamos las vestiduras por Odebretch. Pero no nos indignamos cuando una elección para ser concejal de Bogotá puede costar tres mil millones de pesos. O cuando la elección de un alcalde en un pueblo con un presupuesto de 20 mil millones puede costar 5 mil millones. O se habla de gobernadores a los que les costó ser elegidos 30 mil millones y senadores de 20 mil o representantes a la Cámara de 15 mil millones.
Cuanto duró la indignación mediática en el país con el escándalo de un senador al que le encontraron 1.200 millones en efectivo en un apartamento. Los medios hicieron escándalo una semana y ahí murió. ¿Y la Justicia investigó? No. Claro, como todos los ciudadanos andan con ese efectivo en la casa. ¿O no será más bien que es porque ese senador es tan afecto al Gobierno?
Casos como este abundan. Gobernadores asesinos. Alcaldes que de un momento a otro se enriquecen. El mejor negocio del mundo hoy es ser alcalde de un municipio de la Sabana de Bogotá: cambia el Plan de Ordenamiento Territorial, vuelve urbanizable la tierra y cobra el 10 % de la valorización. Esa es la tarifa fija. Por eso ser alcalde de un municipio aledaño a la capital puede costar entre 10 y 20 mil millones de pesos. ¿Y la Justicia? Nada. ¿Y los medios? Tampoco investigan.
Sí, hay tal hipocresía en torno al discurso de la corrupción que nada va a cambiar. Todos utilizan el discurso de la lucha contra la corrupción para hacerse visibles pero el rabo de paja que tienen es de tal magnitud que ya nadie les cree.
Hoy fue Odebretch el que mostró que el rey está desnudo. Mañana será otro escándalo el que indigne a los medios y a un sector de la sociedad. Pero mientras no reconozcamos que esto se pudrió y que hay que barajar de nuevo y reformar de fondo el actual sistema político y electoral seguiremos eligiendo a los mismos ladrones, mientras el resto nos contentamos con el discurso de la hipocresía.