Dentro de las paradojas que a veces presenta la madre naturaleza, en pleno fenómeno de El Niño, con la obvia escasez de agua y languidez de los árboles , arbustos y plantas, la cosecha de barbatuscas es inusualmente abundante.
El brillante color naranja de los barbatuscos contrasta con el tono pardusco de las planicies y montañas, características propias del intenso verano que azota a esta árida región de la geografía colombiana.
Pareciera que a los habitantes de Ocaña y de los municipios cercanos se les hubiese olvidado la deliciosa tradición gastronómica de preparar los pétalos y pistilos de la hermosa y nutritiva flor.
Donde quiera que se erijan los altivos y pintorescos barbatuscos, los suelos representan largos y espesos colchones amarillos, con las atractivas flores que comienzan a descomponerse porque ya no son recolectadas por las familias como ocurría recientemente.
En “el Llano de los alcaldes”, otrora vereda turística, en la que actualmente tienen sus sedes varios centros educativos, entre ellos la seccional de la Universidad Francisco de Paula Santander, el desperdicio del potencial alimento es evidente, hasta el extremo de ser pisoteado por los transeúntes.
Siguiendo las riberas del estrecho y casi seco río Algodonal, hacia el corregimiento de la Ermita y sobre la vía a Ábrego, el esplendor de los árboles anaranjados es visible, y no se observan en el piso quemado por el sol intenso a los antiguos recolectores.
¿Será que desaparecieron las características gastronómicas de la flor, o quizá la abundancia de alimentos de origen natural sació el hambre de las personas que antes se nutrían con ella?
Dejando a un lado las ironías y los sarcasmos, es inconcebible lo que está ocurriendo en la ciudad. En una época de tanta carestía y desempleo, mientras los mayores utilizan a los niños para vender chicles y chocolatinas en las heladería y cafeterías del centro, un alimento, como las barbatuscas, que no hay que revenderlo, porque se encuentra gratis y abundante, se está desperdiciando.
Así como ocurre con las cocotas, que en los meses de septiembre, octubre y noviembre, de cada año, su comercialización local o nacional les genera importante platica a numerosas familias, ¿por qué no ocurre lo mismo con las barbatuscas?
En cambio de inducir a los menores a la mendicidad, ¿por qué no aprovechan la gran oportunidad que ofrecen las flores?
La fórmula para mejorar los ingresos de los campesinos que habitan en las veredas cercanas o los propios barrios periféricos de Ocaña es muy sencilla: la recolección de las barbatuscas, la selección de los pétalos y pistilos, el remojo durante dos días con “aguamasa”, con la que se cocina el maíz para las arepas, el secado y empaque del alimento, que se puede ofrecer en las tiendas y supermercados y hasta domicilio, para que en los hogares las preparen con cebolla, tomate, huevo o pescado bagre seco , y otros productos agrícolas que se acomoden al suculento y nutritivo plato.
Y pensando más alto, con la barbatusca se podría proceder igual que las afamadas cebollitas ocañeras, procesarlas industrialmente como conservas y comercializarlas constantemente en el plano local y en las ciudades colombianas donde residan ocañeros.
La anterior alternativa, evitaría el desperdicio de las barbatuscas, generaría fuentes de empleo y “oficializaría” otro de los íconos de nuestra tierra.