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El colmo de la Alcaldía
El colmo de Cúcuta sería olvidar que un alcalde fue condenado.
Sábado, 23 de Julio de 2022

El otro día escuché decir a un amigo que hay que tener mucho cuidado con los casos de corrupción en donde estén involucradas personas muy poderosas porque había más probabilidades de terminar como Alfredo Enrique Flórez que de hacer justicia. Quedé en shock, pero sentí que tenía razón y que esa afirmación demuestra cuánto hemos normalizado la violencia. 


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Esa misma frase me hizo notar el colmo que representa que en el auditorio de la Alcaldía que lleva por nombre Alfredo Enrique Flórez haya un retrato en carboncillo del autor intelectual de su asesinato (Ramiro Suárez). ¿Cómo es posible hacer un homenaje a una víctima y a la vez tener la foto de quien acabó con su vida en el mismo recinto? 

“Hay futuro si hay verdad” dice el lema de la Comisión de la Verdad en 2022, y creo que eso también aplica para el caso cucuteño. Esta columna tiene el propósito de revivir las cosas que ya nadie quiere recordar, no es contra Ramiro ni para hablar de buenos versus malos. Es en contra de lo que el ramirismo nos ha quitado y contra lo que nos ha inoculado como ciudadanos: la normalización de la violencia porque “hay otras cosas buenas que tener en cuenta”. 

Se normalizó la violencia cuando 127.000 personas aplaudieron un ‘proyecto político’ sustentadas en una serie de carencias y necesidades, sin importar de dónde vendrían los recursos o quién ostentaría un liderazgo. Ese “roban, pero hacen” que muchos defienden cuando perciben algún tipo de pasividad en entidades es parte del veneno colectivo que hemos consumido. 


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En 2019, la ciudadanía demostró que no quería seguir intoxicándose. Y si bien es cierto que esta alcaldía no es perfecta y hay que reconocer que muchas cosas se han podido hacer de 70.000 maneras diferentes y quizás mejores; nos ha faltado escuchar y algunos no paran de ser gestores de escándalos (me siento en la libertad de poder decir esto porque recientemente comprendí que la vinculación laboral no equivale a una compra del silencio), no es aceptable sentenciar que la ciudad nunca había estado peor o que se perdió el esfuerzo de la ciudadanía. 

Hay muchos ejemplos de que las cosas han mejorado, fácilmente verificables en los barrios y en la posibilidad de alzar la voz de las comunidades. Sin embargo, no es mi propósito hacer un listado de ellas aquí. Tampoco hay que confundir estas palabras con una defensa enceguecida del alcalde y/o de nuestros proyectos, sino como la defensa del golpe de opinión de 2019 que hoy algunos quieren hacer ver como algo que no valió la pena. 

Esta postura antiofídica debe fortalecerse para criticar lo que desde nuestros despachos no se ha hecho bien, pero sobre todo para luchar por mejores liderazgos y una mejor ciudad; no para rendirse ante quienes lo han perdido todo en términos politiqueros y corruptos, y hoy pretenden disfrazarse de salvavidas ante un barco que supuestamente se está hundiendo. 

Esto no es político ni mucho menos electorero, es un desahogo de muchas cosas que tengo por decir y en las que muchos coinciden. Quizás la terquedad de querer cambiar el mundo (aun cuando a veces pareciera que el mundo no quiere que lo cambien), y el amor por la ciudad me lleven a atreverme también y dar el salto hacia una candidatura a la Alcaldía, para ayudar a engrosar la lista actual que hoy tiene sólo 4956251739626 nombres de potenciales candidatos, entre los cuales no hay ni una sola mujer. 

De ser así, renunciaré con tiempo para no inhabilitarme y no tener riesgos de indebida participación en política. Mientras me decido, no puedo evitar hacer un llamado a la cordura colectiva. 

El colmo de Cúcuta sería olvidar que un alcalde fue condenado por el homicidio de un servidor público y que prometió feriarle contratos a las Auc a cambio de apoyo para ganar la elección, según indican las investigaciones que han sido reveladas. Ese sí sería el colmo. 

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