Muchos caballeros de hoy, entre los cincuenta y setenta años, que digan que no debutaron sexualmente en los hoteles del sector del mercado, quizás son víctimas del temible alzheimer o todavía hace actos de contrición para que sean perdonados por sus pecados carnales.
Lo de esa época, eran prostíbulos disimulados y las protagonistas, pobres campesinas que llegaron a la ciudad a trabajar en el servicio doméstico y que con la complicidad de papás y mamás, los hijos las sedujeron y embarazaron, para que después fueran lanzadas a la calle con sus barrigas; con sus niñitos en brazos no encontraron otra opción que ofrecer sus cuerpos en hoteluchos, en el peor de los casos al lado de las cunas de sus bebés.
Muy distinto a esos tiempos, lo de ahora son verdaderas empresas que ofrecen chicas muy agraciadas, la mayoría venezolanas, con licores finos y muy buenas atenciones, y por supuesto con tarifas muy elevadas que solo alcanzan a pagar los ‘traquetos’.
Los hoteles de mala muerte persisten y lo frecuentan las mujeres marchitas por la droga, que se ofrecen sin ningún pudor y permiten el regateo hasta aceptar 20 mil pesos cuando la demanda de clientes es muy escasa.
Muchos campesinos pierden el producto de sus cosechas porque las meretrices se alían con delincuentes, los que atracan o esperan que la burundanga hagan su efecto para arrebatarles hasta el último peso a los ilusos labriegos.
La primera vez que fui al mercado, después de asistir a la misa de cinco de la mañana, en la catedral, con mi papá y los hermanos mayores, visitamos al tío Toño, hermano de mi mamá, que tenía una venta de frutas.
La compra de los productos que requería la eterna tienda de nuestro padre se hizo de acuerdo con la escala cronológica de sus descendientes, cada uno iba cumpliendo su compromiso hasta cuando me tocó alternar con Carlos Julio, dos años mayor. Comprábamos, bultos de yuca, plátano, papá, latas de manteca y arrobas de queso y fríjol. Recuerdo una tarde de noviembre cuando se armó el escándalo por el asesinato del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy.
Al año siguiente, me tocó solo seguir con el exigente compromiso, para cerrar la tradición familiar porque el hermano menor estaba muy pequeño. Cuando cursaba el primero de bachillerato en la antigua Normal Francisco Fernández de Contreras, regresé a dicho sector, precisamente al Barrio Santa Ana, a la casa de Álvaro Palacio, donde estudiamos los exámenes finales junto con Emilio Vergel, el actual rector de La Salle. Volví a esa casa al iniciar el cuarto bachillerato y conocí a Luis Palacio que llegaba de estudiar en Piedecuesta , Álvaro después siguió bachillerato y sus hermano y yo nos decidimos por la pedagogía hasta graduarnos como maestros.
De las familias que habitaron el sector del mercado , o de los barrios vecinos como San José, Santa Ana o Los Altillos, quedan muy pocas. Las casas fueron demolidas para construir locales comerciales y la poca presencia de compradores tienen al borde de la quiebra a sus propietarios.
Los vendedores ambulantes y estacionarios, las personas de la calle, drogadictos y alcohólicos, las prostitutas y los delincuentes, ahuyentaron a las amas de casa, que prefieren acudir a los novedosos centros comerciales , que aumentan de manera paulatina en la ciudad, que encarecen la canasta familiar pero que ofrecen seguridad.
Como si no fuera suficiente con lo anterior, la movilidad en céntrico lugar es pésima, debido al parqueo de los camiones y buses que arriban desde la zona del Catatumbo y el sur de Cesar. Si el centro de acopio creado en 1992 por Corponor, PNR el DRI y los gobiernos departamental y local lo hubieran dejado funcionar los comerciantes, otra sería la historia.
Los mandatarios municipales que siguieron después han amagado con resolver los enormes problemas que mantienen encerrado el otrora próspero y tranquilo sector, sitiado por el hampa, la drogadicción y la prostitución, pero solo han sido tibios esfuerzos que no han resuelto nada.
Representantes del gremio de comerciantes proponen la realización de una mesa intersectorial con el alcalde Samir Casadiego y el director ejecutivo de la Cámara de Comercio, Rubén Darío Álvarez, de carácter urgente porque el caos y la quiebra los ronda.
Mientras tanto, añoro la época estudiantil, cuando gozaba sanamente de las diversiones juveniles, de los bailes, los romances y las parrandas, recorriendo libremente las calles , en las noches y las madrugadas.