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El balance
El arraigo emocional enseña que la vida no es tan difícil como parece y que el ser humano posee un infinito dentro de sí.
Domingo, 8 de Mayo de 2016

Cuando uno piensa en cuánto vale lo que ha ganado, si no lo compara con lo que vale lo que ha perdido, se queda en la mediocridad. Desde luego, no me refiero al dinero, porque este solo es una pobre condición utilitaria: es al sentido de evolución intelectual y espiritual que se haya alcanzado.

De eso depende la raíz emocional que se va aquilatando en el alma, como una depuración de lo que ocurre en el exterior (las cosas y las personas), con una imagen valiosa del amor que uno logre desarrollar, el que todo lo cobija, distinto al malgastado amor común y corriente el cual, en el fondo, también es utilitario y, en últimas, no existe o es pasajero. Es un arraigo de estilo universal, como una visión maravillosa de lo cósmico.

Así, uno logra desarrollar un plano conceptual sólido, superando la mera percepción sensorial de la vida, con un fundamento racional y espiritual que vincule al alma con el saber profundo de la existencia, con el tiempo de la verdad rotunda que surge de la filosofía si se le da espacio a la meditación.

Y ya no lo manipulan principios diferentes a la búsqueda de la propia verdad, al hallazgo de la brecha que hace la división dual del mundo, entre aquello que merece poseer la virtud de la dignidad y lo que se debe ir desechando para que se deslice por el abismo de la facilidad superficial: porque se forma un criterio inmutable, algo así como una luz que atraviesa las zonas oscuras y permite ir transformando esa pluralidad de géneros que se da cuando no se tiene un modelo consecuente de vida. 

De otra manera no tendría sentido la existencia, si no fuera el ámbito propicio para ese reto de amor que hace comprender al mismo tiempo la felicidad y la tristeza, y saber que del equilibrio entre ellas depende la opción mayor de ser integro.

El arraigo emocional enseña que la vida no es tan difícil como parece y que el ser humano posee un infinito dentro de sí, igual al infinito del universo, solo que con la diferencia de que se llama pensamiento. Y que uno se vuelve inmune cuando identifica su propio cosmos con el universo.

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