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El alivio
El alivio que uno siente cuando no depende de nadie y, de remate (bien difícil), logra que los demás no dependan de uno.
Domingo, 13 de Marzo de 2016

La escuela de lo humano es un pobre asomo de la verdadera realidad del universo. Existen dimensiones mucho más valiosas, distintas a esa rutina que hace repetir las cosas sin otro sentido que el de acogerse a lo que la gente cree: que el éxito está, únicamente, en lo mundano.

Y el secreto está en  lo sencillo, en un estilo de vida discreto, romántico, individual, desprendido de las falsas expectativas del consumismo, fácilmente apto para dejar evolucionar –prístinos- los sueños. 

Lo único es que para lograrlo debe uno aislarse, crecer en independencia, querer mucho los recuerdos pero nunca vivir de ellos, tomar las propuestas de esas corazonadas que laten siempre y uno no escucha, o no le dejan oír, y decidirse a tener libertad.

El alivio que uno siente cuando no depende de nadie y, de remate (bien difícil), logra que los demás no dependan de uno, es la suprema condición para sentir que vale la pena vivir: entonces aparece el marco delicioso de la soledad y el silencio y una sensación maravillosa de no ser más el protagonista obligado de la historia impuesta (por ciclos) y salvarse del éxito.

Va uno a ver y las cosas de las que dependía en realidad no eran tan  importantes: el amor, las obligaciones, el trabajo sacrificado, los amigos, las maromas sociales, en fin, concluye que se va quedando uno acompañado de sus pensamientos, en medio de la vejez, que entre otras es sumamente grata si puede uno escoger las condiciones y un poco menos, pero aún grata, si debe seguir trabajando pero rescatado de la opresión de las exigencias de la sociedad.

Si uno no hace una cita clara con el tiempo, termina subyugado. Para conocer exactamente la verdad escondida en los pliegues del alma, hay que mirar profundo, buscar lo desconocido, estudiar, indagar lo abstracto para, al menos, tener interés en hallar las razones de la vida y fundamentarla. 

Es la ventana del destino abriendo sus goznes para permitir el encuentro del ser con el reloj de sol de un mundo nuevo, que no tiene minutos, sino eternidad. 

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