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Duelo natural
Pronto, la niebla y los duendes van a contar un lamento...
Lunes, 27 de Noviembre de 2017

Los páramos están tan altos porque la naturaleza quiso protegerlos de la siniestra tendencia de los humanos a destruir: los puso a 3.000 o 4.000 metros, para que no los arrasaran con su voracidad.

Todo es tan bonito que se puebla de matas luminosas, de orquídeas que reflejan la bondad de Dios en sus flores y sonríen en la timidez de su belleza escondida, con los frailejones como testimonio y homenaje del tiempo a lo sagrado de la vida.

Las plantas aprendieron a sobrevivir, se adaptaron a un ecosistema glaciar de frío y viento. En un misterio fascinante, desarrollaron recursos para ello: pelillos para guardar calor, dureza en sus hojas grandes para acumular agua y, así, lograron desafiar la inclemencia. Pero no están preparadas para la hostilidad y la codicia, que son las armas malas y favoritas del hombre.

Los animales también aprendieron: los colibríes son maestros en hibernar, los insectos tienen su propio cronograma en el amanecer o en el crepúsculo; los grandes, el oso de anteojos, el lobo, el zorro, el conejo, el venado, los roedores, el cóndor, las águilas, las gaviotas, los patos, los búhos, los sapos, las lagartijas y, nuevamente los colibríes y mariposas, rodean las fuentes, lagunas y pantanos con mansedumbre y acompañan a los peces que nadan en el agua pura.

Pronto, la niebla y los duendes van a contar un lamento: la decadencia lenta de Santurbán, que se estremece de fragilidad y miedo por el peligro que acecha la hermosura de su hábitat.

La avasalladora vibración de las máquinas crueles buscando oro, u otro mineral, agotarán el páramo sublime, romperán el vientre de la tierra, la herirán de muerte y extraerán su sangre de agua.

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