La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Disfrutemos de la vida privada
Yo tengo de mi casa un especial sentido de pertenencia. Casi un sublime concepto de la intimidad.
Sábado, 10 de Octubre de 2015

Es inconcebible, para quien no ha contemplado y acariciado, durante el silencioso trasegar de los años, el preciso lugar donde reposan las cosas que le dan a su amada casa esa armoniosa fisonomía familiar, comprender el dolor de sentirla herida, desencajada, fuera del entorno habitual.

Y es que solo quien mantiene una comunión diaria con aquel respetable escritorio antiguo, donde protege recuerdos de antaño celosamente guardados, puede percibir la profunda significación de su fiel compañía.

Allí, sobre sus resignadas espaldas de madera, ha descansado siempre la vieja máquina de escribir, que acariciamos con singular frecuencia, como si fueran besos las palabras que nuestros dedos dejan en sus letras.

Y es en el mismo rincón donde se encuentran esos dos utensilios tan preciados, donde solemos sentarnos por la noche a leer los comentarios de la prensa y a oír las noticias de la radio.

Tal es el orden de las cosas a que estamos acostumbrados que si en cualquier día inesperado a la muchacha del servicio le da por sacar al patio los asientos del comedor y a despojar la mesa del mantel, para intentar una completa limpieza, sentimos la sensación de estar siendo víctimas de un atentado contra nuestro orden natural de las cosas, pues al contemplar nuestras habituales pertenencias por fuera de su cotidiano lugar, nos da la impresión de que estamos en un sitio distinto, en una casa diferente.

Quedamos convencidos de que ese alegre lugar, el mas concurrido y ruidoso de la casa, no es el mismo donde todos los días partimos religiosamente las arepas y probamos despaciosamente el chocolate, al calor de un inofensivo trocillo de queso, que habrá de darle sabor al inicio del día y cordial regocijo a toda la jornada.

Yo tengo de mi casa un especial sentido de pertenencia. Casi un sublime concepto de la intimidad. Algo muy diferente al adueñamiento o a la relevancia de la noción de propiedad.

Es un encerramiento con lo que me pertenece de manera confiable, con lo que me es fácilmente identificable, con lo que pudiera recorrer a ciegas sin ningún tropiezo, con lo que me permite sentirme absolutamente libre, aún en el mismo espacio dimensional de una prisión, como puede ser el entorno de uno cualquiera de los cuartos o el reducido espacio de la biblioteca.

Cuando cierro la puerta de mi casa olvido toda noción del mundo exterior, desconecto toda visión sobre la presencia de mas gente, rompo toda relación compromisoria y logro una sensación de tranquilidad que me hace sentir placentero y apacible. Y si un repique del teléfono atraviesa el silencio, siento como si una estruendosa bomba electrónica irrumpe inoportunamente en mi casa, como si un intruso se hubiera deslizado imperceptiblemente por el alambrico. Entonces es cuando tomo la decisión de cortarle el cuello, para que deje de lanzar sus intolerantes ruidos de guerra, contra la impenetrabilidad de mi mundo interior.

Definitivamente, un hombre que no defiende su interioridad, es un ser intrascendente que ha perdido la actitud de ser libre. Es un prisionero de sí mismo, que jamás ha querido comprender que ese tranquilo lugar donde nos solemos refugiar, es un maravilloso cofre que llamamos hogar, en el guardamos nuestras vivencias y encerramos nuestro calor, para poder percibir la luz del solitario placer de ser nosotros mismos.

Temas del Día