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Dios y la política
La política: es una bellaquería y la forma más abyecta que durante siglos encontró el hombre para explotar a los demás.
Jueves, 7 de Julio de 2016

Hay dos temas que un columnista no puede tocar porque lo fusilan: Dios y la política. Voy hablar de las dos cosas: es más, contra las dos cosas. Primero, Dios: porque me parece que no ha dado suficientes pruebas de bondad ni razones para admirarlo: históricamente sus manos están encostradas de sangre, porque Dios es ante todo un político, una divinidad que, en su inmensa egolatría (como todo político) necesita de un hombre que lo alabe. Y cuando el hombre no lo alaba o mira a otros dioses, el pobre diablo puede morir ahogado, como los 20 millones del Diluvio; convertido en estatua de sal, como la mujer de Lot; o  amanecer muerto como el millón de niños inocentes de que habla el Antiguo Testamento. O, los asesinatos de Ananías y Safira, en el Nuevo Testamento. Y el de Herodes, muerto y comido por gusanos porque no dio “la gloria a Dios”. Hay más muertos en las manos de Dios que en las del Frente Fronteras adscritas al Bloque Catatumbo que comandaba Salvatore Mancuso. ¡Pero Dios es amor y él sabe cómo hace sus 
cosas!

Segundo, la política: es una bellaquería y la forma más abyecta que durante siglos encontró el hombre para explotar a los demás. La política saca a flote lo peor del ser humano, pero nada que ya no estuviera allí; es, de alguna manera, el encarrilamiento de los asuntos públicos hacia intereses particulares. Lo ve uno en todas partes: personalmente aborrezco nuestra clase política porque es iletrada, estéril, improductiva, mezquina, endogámica, incapaz de crear soluciones, y porque no ha querido y probablemente no ha podido (por su misma incapacidad) resolver algo tan sencillo como poner a funcionar un semáforo o garantizar la seguridad en los barrios; una clase política carroñera y ladrona y culpable del desastre de esta ciudad.

Y ambos: Dios y la política han contribuido a la separación de los pueblos: al encono de los odios. En su nombre se ha asesinado. En su nombre se han cometido los crímenes más horrendos. No me fío de ellos. Pero en gracia a la discusión diré que no es Dios ni la política (conceptos abstractos) los culpables de este mar de sangre en que ha caído la humanidad, sino que más bien son sus representantes en la tierra y en la vida, o sea, los curas (y pastores) y los funcionarios. ¿Todos? Sé que es de mal gusto generalizar, pero, sí: todos. Porque el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, como decía Lord Acton. Y por muy puro y alma buena que sea un joven político, tarde o temprano caerá en el cieno de sus propias miserias.  Por muy puro y casto que sea un seminarista, está contribuyendo con el engaño a que una sociedad se entregue al consumo masivo  de la idolatría.  Y cuando ambos se juntan: los curas (o pastores) con los políticos no sale nada bueno: un Satirio Dos Santos y sus concejales de bolsillo, sus secretarios de bolsillo, sus adoradores de bolsillo.  ¿Recuerdan a María Luisa Piraquive? Es la versión femenina de Satirio, con su iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional y sus cuatro curules parlamentarias, un gobernador, siete diputados, 22 concejales y 300 ediles. ¿Cuántos funcionarios son de Satirio? Recuerdo que bendijo a Donamaris Ramírez y miren cómo le fue a la ciudad. Bendijo a Juan Manuel Santos y vean cómo vamos. Satirio solo bendice a los ricos que le dan diezmos generosos. Es por eso que no hay iglesia pobre, ni funcionario pobre, ni cura pobre, ni pastor pobre.  Dice Pico della Mirándola, en el corazón del Renacimiento,  que el Papa león X le envió una carta en la que le confesaba que, “Desde tiempos inmemoriales es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo”. Pero el problema no es la fábula, sino sus lectores.

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