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Devuélveme el rosario de mi madre
Ahora, que acaba de morir María Dolores Pradera, me he acordado de esta canción porque fue una de mis favoritas.
Miércoles, 30 de Mayo de 2018

El rosario de mi mamá era hecho de unas semillas negras de algún árbol que había en el solar de la casa. Ella misma lo había confeccionado. Con una lezna, al rojo vivo, le abría el huequito a las semillas para engarzarlas con un hilo grueso. Con el uso, las pepas se iban  desgastando y perdían el color brillante de la semilla fresca y el hilo se rompía, de modo que mi mamá cambiaba las pepas y el hilo con frecuencia o sencillamente le hacía nudos y remiendos. 

El rosario era de ella y para ella, así que no le importaba el estado en que se encontrara pues no lo tenía para lucirlo, como los rosarios de ahora que los lucen de collar, sino para llevar las cuentas de las avemarías del rosario de todas las noches, al que debíamos asistir mi papá y yo. “Familia que reza unida, permanece unida”, nos decía, y los tres nos congregábamos al pie de la tabla de los santos. Mis papás rezaban mientras yo murmuraba avemarías entre cabeceo y cabeceo, antes del consabido: “Ahora, orine y se acuesta a dormir”. 

Yo, la verdad, no le hubiera regalado a ninguna muchacha, novia o amiga, el rosario de mi mamá. Me hubiera dado pena.

Pienso, en cambio, que el rosario al que se refiere la canción que cantaba María Dolores Pradera debía ser un rosario fino, brillante, seguramente de plata o de piedras semipreciosas o preciosas. Debía tener un gran valor dicho rosario porque la letra, compuesta por un tal Mario Cavagnaro, peruano, le dice a la fulana: “devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás”, es decir, se podía quedar con la argollita de oro golfi, el pañuelo con las iniciales bordadas, el poema en papel pergamino y la fotografía con dedicatoria al reverso, menos con el rosario de la mamá, que seguramente él le había regalado, como prueba de amor eterno.

Ahora, que acaba de morir María Dolores Pradera, me he acordado de esta canción porque fue una de mis favoritas en aquellas épocas de bohemia, guitarra y aguardientes. Yo zurrungueaba la guitarra y cancaneaba canciones, a la madrugada, mientras los demás se adormilaban, y yo cantaba La flor de la canela, Abrazaditos, El rosario de mi madre y otras de María Dolores. De manera que me hice famoso en el círculo de mis dos o tres amigos aguardientosos, a costillas de  tan extraordinaria cantante española, a la que ahora recuerdo con nostalgia. “Otra, otra”, pedían mis amigos somnolientos sin saber qué pedían, y me aplaudían sin saber por qué me aplaudían. Yo aprovechaba la oportunidad y seguía cantando y cantando, como en la ranchera de José Alfredo Jiménez.

No conocí a María Dolores, pero me hice su amigo en la imaginación. Si hubiera habido internet en aquella época, hasta nos hubiéramos relacionado. Ella tampoco me conoció y nunca supo que en estas breñas nortesantandereanas y estas noches cucuteñas tuvo un admirador de su voz y de las canciones que ella interpretaba.

María Dolores nació y murió en Madrid, pero gran parte de su repertorio fue del folclor latinoamericano, lo que, indudablemente, marcó nuestro gusto por sus canciones. De niña vivó con sus padres en Chile, lo que también fue definitivo en su afición por las tonadas, valses, rancheras, pasillos…

En los discursos luctuosos y en los escritos de duelo dicen  “Paz en su tumba”. Yo, al contrario, no le deseo paz, la paz de los muertos. Al contrario, quiero que María Dolores siga viva y siga cantando y nos siga entusiasmando con sus canciones, aunque ahora ya no podamos jalarle a los aguardientes escuchándola, y aunque la guitarra ya esté colgada y llena de telarañas.

Que sigamos escuchando su inconfundible voz desde el más allá. En el cielo, como lo hacía en la tierra, estará dando conciertos con salas llenas de santos y santas que brindarán con vino de consagrar.

María Dolores Pradera vive en el recuerdo y en los corazones de las generaciones de ayer, porque los de hoy prefieren reguetón y música urbana, llena de palabrotas y repeticiones que nadie entiende.
  

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