Antes, lo primero que leía del periódico eran sus clasificados. Entrado en almanaques, lo primero que leo son las tiras cómicas o resuelvo el crucigrama.
La pandemia me tiene leyendo los obituarios que pusieron a sonar la alicaída registradora de los diarios. Con el Covid-19 todo nos llega temprano, hasta la muerte.
Doy algunos tardíos adioses: El periodista bogotano Jaime Zamora abrió el paraguas el Jueves Santo. Compartimos momentos de vacas flacas y gordas. No le teníamos bronca a la vida y la celebramos en forma.
Jaime había empezado desde abajo en radio. Le chupé rueda en mis inicios reporteriles en Bogotá. Soy su deudor moroso. No se guardaba nada para quienes empezábamos a garrapatear cuartillas en este destino.
El periodismo, el tango, el billar, la hípica y las cartas están huérfanos del Flaco Rodrigo Pareja. Poco dado a la figuración, en una entrevista para El Mundo resumió así su travesía: “He sido honesto a más no poder como periodista”. Tan cierto como que hoy tampoco se acabará el mundo.
Perteneció a la generación de quienes frecuentábamos más el bar que la casa. Muchos pendejos nos perdimos lo mejor de nuestras mujeres y ver crecer a la prole.
Rodrigo y su taita, Luis Pareja Ruiz, marcaron época en El Espectador. Eran dos golondrinas que hacían verano pese a la dura competencia. El gran reportero fue el primero en hablar de los inicios como narco de un tal Pablo Escobar.
Se sentía biografiado en el tango “Por eso te quiero”. Encimaba dos melodías: “Ninguna”, de Homero Manzi, y “Garúa”, de Enrique Cadícamo.
Hace unos años, el jurista Guillermo Montoya Pérez organizó una fiesta con aire de tango para celebrar su resurrección después de una grave enfermedad, y 36 años de abogado. Fue el mejor estudiante que haya pisado la Universidad de Medellín. La UPB y EAFIT contaron con sus luces. “Mi vida fue siempre para mis alumnos”, escribió en su “Letanía de adioses y recuerdos”, días antes de partir.
Su entorno lo graduó de personaje excepcional, íntegro, sabio, bueno, sencillo, bohemio, humanista, maestro, generoso, retador, provocador, enamorado, amante de la libertad que ejerció con responsabilidad.
Su colega Pedro Posada dijo de él: “Es el prototipo de quien profesó la más difícil de las profesiones en Colombia: ejercer el derecho decentemente”.
Cronista certero del barrio Aranjuez, encontraba “la nostalgia en las notas agoreras de un tango de arrabal”. Vivió intensamente tal vez porque no estaba convencido de que haya otras vidas.
Recientemente, leí un obituario que daba cuenta de la muerte de Oscar Gómez Domínguez. Por centésimas de segundo me sentí cargando gladiolos. Pasado el susto, entendí que los avisos aludían a un cuasi tocayo que fue uno de los principales cacaos del Grupo Ardila Lulle.
De mí diría que no clasifico para obituarios… salvo que familiares, amigos y acreedores hagan vaca para pagarlo…