Me preocupa el próximo viaje del presidente Trump a Colombia. Su estilo pendenciero, de atacar a amigos o enemigos sin previo aviso y cuando le viene en gana, no tiene frenos. Y la verdad es que, en este momento, Colombia tiene rabo de paja en materia de cultivos ilícitos.
Por más amistoso que Donald Trump pueda parecer en un momento dado, su lealtad es tan corta y pequeña como sus manos y sus convicciones. Basta con recordar la manera tan amable como recibió recientemente en su club de Mar-a-Lago al presidente de China, Xi Jinping, para, en el curso de pocos días, armarle a ese país una ruidosa pelotera y anunciar una guerra comercial en su contra. A pesar de que Trump se ufana de ser una gran negociador, en el fondo no negocia. El trata de colocar a sus contrincantes contra la pared e irse contra su yugular. Su aparente buena relación con el presidente chino permitía prever que, antes de anunciar una guerra comercial, llevara a cabo esfuerzos para negociar las diferencias que existen en el área comercial y en el tema del pago de patentes. Es cierto que China es un socio comercial muy difícil. Es cierto también que su gobierno puede resultar poco confiable. Pero una “guerra” debería ser el último recurso.
Recordemos lo que está pasando con México, cuyo presidente se negó a pagar el costo del absurdo muro propuesto por Trump durante su campaña, y ahora es testigo de la guerra que el presidente norteamericano y su gobierno le han declarado a sus indocumentados y a sus migrantes en general. Trump ya comenzó a enviar a la frontera común la guardia que había anunciado hace dos días.
Muchos norteamericanos están muy preocupados por las decisiones súbitas de Trump, más basadas en su propósito de satisfacer las expectativas y puntos de vista de su base, que en un proceso racional para sopesar ventajas, desventajas y riesgos. Los habitantes de este país que están en contra de Trump (más del 50 por ciento) temen que de manera irresponsable arme una guerra de verdad contra cualquiera, con bombas, ejércitos, acorazados y tanques.
Mi preocupación con la visita del presidente Trump a Colombia no radica en que nos declare la guerra. Mi preocupación se basa en que, con el aumento tan rápido que ha habido en las áreas dedicadas a los cultivos ilícitos, después de haberlas reducido significativamente, arme la gritería y presione al gobierno para que, contra viento y marea, reduzca las hectáreas. Mi temor es que con la excusa del aumento de los cultivos de drogas, se venga fuertemente en contra del acuerdo de paz con las Farc. Ese acuerdo, logrado con tesón y valentía por Santos es, en mi opinión, un gran legado que le deja país. No debemos arriesgarnos a que se ponga en peligro. Santos ya está terminando su mandato y no creo que se deje presionar. Pero el candidato que, finalmente, resulte ganador en la contienda presidencial, puede estar menos comprometido con esos acuerdos o dejarse presionar por Trump y su gobierno.
De allí que el consejo que les doy a los candidatos es el de que ni se les ocurra pedir cita para reunirse con Trump durante su visita a Colombia. Aléjense de él como si fuera la peste. Nada positivo saldría en este momento de un eventual diálogo con el Presidente norteamericano, quien es un incorregible mentiroso, no cumple sus promesas ni tiene buena imagen. Viajen fuera de Bogotá en esos días, enférmense o escóndanse. Pero pasen agachados y no se dejen comprometer por adelantado.