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Crónicas de la migración III
El punto es que los demás países de la región tampoco están mejor que Venezuela, más ahora cuando América del Sur entró en regímenes de carácter socialista con resultados nefastos.
Sábado, 18 de Febrero de 2023

Hoy terminamos esta serie de columnas en las cuales, con datos históricos, cuantitativos y cualitativos hemos analizado lo que es migrar. Quiero compartirles algunas experiencias vivenciales que observé y conocí en el mes anterior, en el cual viajé a Estados Unidos, no sin antes mencionar un tema crucial para nuestra región y por supuesto, Cúcuta.

Como mencionaba, es muy complejo definir cifras, pero el pasado 26 de agosto de 2022 la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V) publicó datos actuales. En total, 6.805.209 venezolanos se encuentran en todo el mundo, de los cuales, el 84 % se concentra en Latinoamérica y el Caribe; la cifra es preocupante porque estos migrantes corresponden a alrededor del 24 % de la población del país hermano.

Aunque Venezuela se está recuperando económicamente y con Colombia se están restableciendo las relaciones bilaterales, sigue teniendo un problema internacional y de pobreza nada alentador, la dictadura y la violación sistemática a los derechos políticos se mantiene y los ciudadanos se siguen vulnerando.

El punto es que los demás países de la región tampoco están mejor que Venezuela, más ahora cuando América del Sur entró en regímenes de carácter socialista con resultados nefastos.

Conocí de primera mano los relatos de hermanos venezolanos, mexicanos, guatemaltecos, ecuatorianos y por supuesto, de mis compatriotas colombianos que uno a uno me narraba sus impactantes historias de vida.

Uno de los casos fue el de una mujer de Caracas (Venezuela) que pasó a los Estados Unidos por el mal llamado “hueco”, atravesó en su trayecto varias dificultades y cuando llegó a territorio americano fue arrestada durante diez días. Luego, le quitaron sus pertenencias, pero corrió con la suerte de quedar en el país al que llegó y allí pasó dos noches en la calle, a pesar del entrante invierno. Transitó desde el sur hasta California y allí consiguió su primer trabajo estando indocumentada; hoy tiene dos, uno como personal de servicios generales en un hotel de una cadena reconocida mundialmente y en las tardes trabaja como lavaplatos en un restaurante de comidas rápidas. Gana entre 15 y 18 dólares por hora en promedio. Eso en su país en un “dineral”, como ella le llama. Allá dejó a su mamá, a quien le informaron en esos días que padece cáncer; a dos hijos pequeños con los que pasó la Navidad por una videollamada; a su esposo, que ya no está tan pendiente de ella y la trágica historia de su único hermano, que, luego de una profunda depresión, se suicidó.

Una compañera de ella, de nacionalidad guatemalteca, me manifestó que pediría trabajar horarios forzados en Navidad y año nuevo con el único fin de no acordarse de la familia que abandonó en su país natal. Llegó a EE. UU. por el hueco y aunque nunca lo expresó, pasó situaciones horribles en el paso ilegal.

En la población que visité en Norteamérica había una pequeña iglesia católica donde los domingos a las siete de la noche había eucaristía en idioma español. Era el momento preciso para conocer muchos latinos e historias. El clima por esos días era de 10 grados bajo cero, temperatura que en nuestros países no es habitual. Los feligreses se consolaban mutuamente, se daban ánimo y manifestaban no sentirse en ese instante discriminados y se “hablaba latino”. Viví, junto a ellos y mi familia, las posadas navideñas y nos abrazamos. Fue impactante redactar estos artículos, que contrastan y sobrepasan lo que estudiamos con lo que sentimos. Ojalá esto cambie pronto.

 

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