Lo llevaron al Hospital La María en una ambulancia de la Policía. Lo recogieron en la calle. Al parecer, le habían dado escopolamina. Vomitaba sangre. No tenía papeles.
Lo dejaron en el centro asistencial a la espera de que la prensa reportara su desaparición. Padecía el síndrome de Down.
Recuperado de sus quebrantos, por señas se hizo nombrar jardinero (“me faltó hablar más con el jardinero”, se quejaba Napoleón).
Quien cuenta la historia lo llamó “creador de belleza”. El anónimo escultor ponía sus manos brujas, el Hospital suministraba las tijeras y la naturaleza aportaba los pinos.
N.N, como le decían, “esculpía” hermosas figuras con los pinos. Su obra era la admiración de visitantes y residentes. Con su arte pagaba con creces la hospitalidad.
La historia está bellamente narrada en el libro “Un legado”, de Nubia Roldán Botero, odontóloga caldense, integrante del taller literario del profesor Luis Fernando Macías. Coomeva paga la cuenta.
Releí esa historia a raíz de la conmemoración el 21 de marzo del Día Internacional del Síndrome de Down que busca resaltar el talento de las personas que lo padecen.
(En Sabaneta, el arma secreta del alcalde Santiago Montoya, es Andrés Arroyave, Secretario de la Confianza, quien convirtió su síndrome de Down en puente de ternura y alegría entre los sabaneteños y la administración).
A Nubia, quien escribe cuentos a partir de datos reales, siempre se la ve dispuesta a dar una mano, dos manos, todas las manos.
“Su escritura es serena y aguda, fluida y auténtica”, dice el tallerista Macías al comentar las crónicas que recogió en su libro.
En su escrito, cuenta que en la década del cincuenta, una elegante mujer de 45 años fue al hospital a entregar una donación, como hacían otros personajes pudientes.
De pronto, la mujer vió “encaramado en una escalera, aquella figura regordeta, que más parecía una escultura de Botero que una figura humana”.
Casi se desmaya con la visión. Quienes la acompañaban la auxiliaron para evitarle la caída. Nadie sabía qué pasaba.
Sigue la narración: “Cuando nuestro N.N. observó el rostro de aquella dama… algo en su cerebro se esclareció…. Utilizando la gran habilidad que había desarrollado durante estos diez años, subiendo y bajando la escalera, saltó lo más rápido que pudo, acercándose a la mujer que apenas lograba volver a la realidad. Inmediatamente, tanto la amnesia como la ausencia de la voz desaparecieron, y por primera vez en los diez años que llevaba allí, sus labios se abrieron para pronunciar el nombre de su madre…”.
La señora contaría que su hijo artista se llamaba Luis Carlos. En La María supieron luego que había desaparecido porque en su casa lo escondían para que nadie se enterara de que padecía el síndrome de Down. El arte y su majestad el azar que se dan sus licencias, los había vuelto a juntar.