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Corona de campanas
Uno no puede evadir la nostalgia porque, entonces, aleja los duendes buenos.
Domingo, 29 de Abril de 2018

En los años de coronación de los viejos, cuando miramos la lluvia con una melancolía bonita y las mariposas como una esquela vibrante de la omnipotencia del tiempo, hay instantes plenos de añoranzas. ¿Hasta dónde regresar en nuestros recuerdos?, ¿dónde estacionarnos? 

A través de un cristal se transfieren al corazón y tratan de atisbar los senderos espirituales, en paralelo con la luminosidad serena del pasado: ¿Hasta dónde avanzar en nuestros anhelos de ahora?, ¿dónde atalayar los signos del destino?

Uno no puede evadir la nostalgia porque, entonces, aleja los duendes buenos y aparta la opción de remanso que emerge en forma de memoria, las emociones inscritas en los días, unas buenas, otras no, pero, al fin de cuentas valiosas, con su cohorte de esperanzas y sueños.

La ventaja, o desventaja, de los viejos es que la existencia ha surcado ya las corrientes y, de suyo, atisbamos con madurez la orilla donde debemos llegar pronto, remando con el destino, allá, donde hay un horizonte esperando.

Lo mejor es asirse a la filosofía del viento, acogerse a esa sensación de huida que lo caracteriza para saber que, en campanas de colores, tañe aun la ilusión: antaño se daba una sensación de bienestar que se llamaba suspiro. Ahora, las noticias de los pájaros llegan así, con suspiros, para contar (intuir) qué hay en el final del arco iris que se llama eternidad.

Porque, en un susurro, todos los años, todos los días, quedan en la sombra, sin beneficio de inventario, sin la retaguardia añeja de la dulzura para clarificar y seleccionar los poquitos momentos que se deben guardar en las alforjas. -Y, sin ser patético: ¡la mayoría de las cosas no valían la pena! 

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