Apesar del largo tiempo que he vivido fuera de Colombia, sigo considerando a Avianca como mi línea aérea. Y eso le pasa a muchos otros colombianos. Cada vez que puedo, viajo con nuestra aerolínea.
Como voy a Colombia tres o cuatro veces al año, soy testigo de la evolución de Avianca, de sus fortalezas y debilidades.
Entre sus fortalezas indudables, al menos para mí, está la magnífica preparación de sus pilotos, su experticia y su habilidad para volar con destreza rutas que son difíciles.
Por ejemplo, el aterrizaje en el aeropuerto Camilo Daza de Cúcuta, a pesar de la construcción de una nueva pista que facilita la operación ante los frecuentes vientos cruzados, me sigue pareciendo tensionante.
Para no hablar de las maniobras que tienen que hacer los pilotos para hacer la aproximación entre los cerros que rodean el aeropuerto.
La invasión, por parte de familias de escasos recursos, de las franjas alrededor de la pista aérea, hace las cosas más complicadas.
Siempre que vengo, se me ponen los pelos de punta al pensar que, con ese desorden de las invasiones, un accidente en el Camilo Daza tendría unas consecuencias humanas catastróficas.
La atención de las azafatas de Avianca tiene sus altas y sus bajas. Por ejemplo, para la cabina de turismo, algunas consideran suficiente pasar con el carrito al comienzo del vuelo, ofrecer un vino o unos refrescos, y no volver a hacerlo hasta el final.
En el último trayecto internacional que tuve, me atreví a pedir un segundo vino, ¡y la azafata se negó!
Nunca antes me había ocurrido. Sucede que, en mi caso, lo único que me facilita dormir durante el largo viaje de 5 horas desde Washington, son dos vinos tomados al comienzo.
Siempre había encontrado azafatas atentas, que aceptaban mi solicitud. No se trata de tomar hasta embriagarse.
Tan solo de liberarse de la tensión, que por motivos diversos, pueden afectar a un pasajero. Como no estaba en ánimo de discutir, me quedé callada y no insistí. Pero el viaje me pareció más largo que de costumbre.
Generalmente viajo en la cabina de turismo, a no ser que por millas u otras circunstancias logre un ascenso. La comida, generalmente, me parecía bastante aceptable. En esta última ocasión, tan sólo de mirar los platos de otros pasajeros se me cerró el apetito. No comí nada al comienzo y quedé a la espera del sándwich usual que ofrecen hacia el final del itinerario. Ese sándwich con jamón y queso siempre me había parecido más que suficiente. En mi último vuelo, cambiaron el emparedado y el nuevo producía lástima: un pan pequeñito (debo admitir que estaba fresco) con un relleno de no más de un centímetro cuadrado de jamón y otro, del mismo tamaño, de queso. Me parece que Avianca está llevando demasiado lejos su plan de ahorrar recursos en la alimentación de los pasajeros.
Una última observación sobre la atención en tierra de los vuelos nacionales. Se nota un entrenamiento insuficiente de las muchachas que cumplen esa función, que parecen disgustadas o aburridas y difícilmente contestan las preguntas de los pasajeros. Muchos de nosotros podemos ser cansones, pero tenemos el derecho de recibir información adecuada sobre demoras en los itinerarios y otros detalles importantes. Afortunadamente, la existencia de pantallas electrónicas sobre los horarios de llegada y salida de los vuelos ha mejorado en número y en actualización de la información. También hay que aplaudir la iniciativa de Avianca de ofrecer información actualizada sobre sus vuelos en su página Web.
Pero por favor, mejoren el entrenamiento que le dan al personal de tierra que informa a través de micrófonos y altoparlantes, con un sonsonete no sólo aburrido sino desesperante. En Colombia hay buenas escuelas de locución que, con seguridad, podrían ofrecerle a Avianca y a su personal, programas prácticos y económicos para mejorar la dicción, el ritmo y el tono de los avisos.
A pesar de las observaciones mencionadas, Avianca sigue siendo mi línea aérea y mi favorita. ¡Contigo seguiré viajando, Avianca!