El contexto es de guerra, aún si se acaba la guerra. De desabastecimiento en fertilizantes y granos, escasez de gas y de petróleo, tasas de interés al alza y alta inflación, aún si se acaba la pandemia. La economía que apenas se recuperaba de los problemas virales, de desempleo, logística y transporte. Los estados han gastado mucho en la crisis de salud, se han endeudado demasiado y si bien el gasto en ayudas directas ha podido mitigar los efectos del desempleo y aplazar la recesión, su costo habrá que pagarlo en algún momento cercano. Cuando los países desarrollados empezaban a jalonar la recuperación mundial, Rusia resuelve tomar el riesgo de desconectarse de las cadenas globales de valor invadiendo a Ucrania y padeciendo las sanciones merecidas que hoy la tienen al borde de la moratoria, con costos también notorios para Occidente y China. La guerra o la preparación de una, cuestan. Europa y la Gran Bretaña están en ello. Será más duro reducir los precios, generar empleos productivos y bien remunerados, mover la inversión y el crecimiento global. La democracia, la libre empresa y la apertura al comercio y a la inversión no están de plácemes. El presidente Biden sigue presionado por el autoritaritarismo del extremo republicano, el mismo que lo acusó de robarse las elecciones y que se tomó por la fuerza el Congreso. Es milagroso que Biden mantenga liderazgo global e incluso lo mejore.
Países que cuentan por su tamaño como India y China, cojean. India sufre con el aumento de los precios de la energía y de los alimentos. China va a tener el menor crecimiento en décadas también afectada por las alzas en petróleo, gas y carbón, amén de la inflación que se apoderó de los granos que importa como la soya, el trigo y el maíz; también está el nuevo encierro sanitario de Shanghái y las disputas con India, Taiwán, Hong Kong y el Pacífico, incluido Japón.
Brasil no crecerá este año. Su momento petrolero se escapa entre las renuncias, demoras y escándalos de Petrobrás. La agricultura sigue creciendo, pero el de Bolsonaro pasará a la historia como uno de los peores gobiernos de la región por haber perdido la oportunidad de liderar a Latinoamérica en una de sus etapas más riesgosas.
Argentina está otra vez bajo la tutela del FMI: debería funcionar en Buenos Aires para evitar los altos costos de misiones recurrentes. Chile, en medio de las arenas movedizas de la redacción de una nueva constitución, estrena presidente joven, aparentemente moderno y que llega a cambiar cosas, inclusive aquéllas, oh! error, que funcionan. Su llamado a la unidad no ha evitado que, según Bloomberg y el Banco Central de Chile, los flujos de capitales hacia el exterior se multipliquen por ocho y que los activos afuera del país en manos de empresas y hogares chilenos pasen de 7.000 millones de dólares hace 18 meses, a 30.000 millones de dólares hoy.
México mantiene su deterioro político, el crecimiento estará este año en 2% con altos precios y tasas de interés y el timón se somete a referendo para justificar moverse más a la izquierda en medio de la incertidumbre sobre una recesión en EE. UU. El petróleo mexicano puede salvar la tarde pero no la parálisis económica que genera el miedo político.
En ese mundo económico prebélico y sinuoso debe moverse Colombia. El equipo económico entrante padecerá el encarecimiento del crédito para el gobierno y las empresas; altísima deuda; pobreza creciendo; problemas de abastecimiento en alimentos, abonos y materias primas; tasas de inflación e interés altas; desempleo alto y pertinaz. Tenemos sí reservas abundantes, petróleo, café y materias primas producidas en el país y exportaciones no mineras ayudando, pero creciente inseguridad rural y urbana.
Hay propuestas que espantan. Los candidatos deberían anunciar ya sus equipos económicos, para discernir entre ideas viables e inviables, entre posibilidades y patrañas: los ahorros de la gente son cobardes.