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Bendición azul
Es inevitable que la luz inspire canciones, recuerde las tradiciones y se tome los tiempos y los espacios del alma.
Domingo, 3 de Diciembre de 2017

En diciembre la luz se sublima en sí misma, con la ternura decorando cada instante de la navidad, en una fiesta que comienza con las velas luminosas a la virgen, con los niños alrededor en constante susurro de paz, con evocaciones melancólicas de los viejos de épocas lejanas y sencillas.

Amagan las sombras de los ángeles custodios -esos de antes, que eran de la guarda y de la persignación antes de acostarse-, se enternecen las miradas de los abuelos con una bondad fresca, marcada por la dulzura de reconocer en los nietos la prolongación de tardes y mañanas imaginarias, en una concesión de bienaventuranzas que se nutren de armonía.

Uno piensa en la luz y se le ocurren muchas cosas: sombras disipadas, laberintos resueltos, escalas al infinito, bosques y ríos seductores, en fin, opciones de vida despojadas del temor a la oscuridad, que no es tan mala, y sirve a todos para descansar un poco. 

Cuando la luz se asoma natural al amanecer o se enciende en el crepúsculo, abre los brazos, se despereza, se conmueve, como si fuera aquella niña de la esperanza que quiere hacerse realidad.

Es como un recordatorio de la verdad individual, de los hechos y personas, de los anhelos y, sobretodo, de una hermosa nostalgia que nos acerca a esa dimensión de ingenuidad inscrita en el aire nuevo que se desprende de las llamas de las velas, buscando la espiritualidad para llenar tanto vacío.

Es inevitable que la luz inspire canciones, recuerde las tradiciones y se tome los tiempos y los espacios del alma, con una mirada extendida a las estrellas para contarlas y pensar en las cosas bonitas de la ilusión familiar de cada año: entonces se vislumbra, al final, la Inmaculada señora con una bendición azul.

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