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Algunos periodistas leen mis columnas frente al micrófono solo para extorsionar al funcionario de turno.
Jueves, 28 de Enero de 2016

Tengo por ética  periodística nunca hablar de lo que hago.  Sé que hay emisoras que leen mis columnas. Hay, incluso, vocingleros radiales que se lucran con lo que escribo. Y eso me molesta.

Algunos periodistas leen mis columnas frente al micrófono solo para extorsionar al funcionario de turno. Eso no es periodismo.

Eso es bellaquería. Hace un tiempo descubrí que un periódico de Bucaramanga reproducía mis columnas pero alteradas para beneficiar la imagen de Álvaro Uribe.

Me han calumniado, me han hecho montajes fotográficos, me han insultado, pero jamás  he demandado a nadie porque creo, con Voltaire,  en la fuerza de la razón. En el poder de las palabras.

Y de eso trata esta columna, de las palabras. Desde hace una semana inicié un programa radial en el que digo cosas que usualmente no digo en las columnas.

Un programa que se transmite los lunes, miércoles y viernes de 11 de la mañana a 12 del medio día por Radio Lemas (1340 en el dial) y allí hago reportería.

Doy voz a los que no tienen voz: el trevesti, el obrero, el soldado, la señora de casa, el empresario, todos tienen allí un espacio para la reflexión. Pero también hablo del periodismo y de los periodistas. Será un programa polémico porque a los periodistas les gusta hablar de todo el mundo pero que nadie hable de ellos.

De las palabras, digo. Los lunes son temas culturales: literatura, arte, poesía. Los miércoles y viernes estaré hablando de la ciudad, de las administraciones municipal y departamental. Del país.

Apenas llevo una semana y ya he recibido señalamientos. Un oyente llama al programa y me grita: ¡comunista!, como si eso fuera un insulto.

Y esto me lleva  a decir algunas cosas: no soy de izquierda ni de derechas (soy una rueda suelta dentro del sistema) pero si tuviera que elegir, elegiría aquella izquierda que nace con Sócrates y no con la de la antigua Unión Soviética.

Porque creo en la izquierda como posibilidad de poder, nunca como poder. Creo en los principios de la Revolución Francesa: la libertad, la igualdad, la fraternidad. Creo, también, que no hay nada de derechas como un gobierno de izquierda.

Ahora, ¿es de izquierda la guerrilla de las Farc? No. ¿Es de izquierda el gobierno de Venezuela? No. ¿Es de izquierda Cuba? No. Todos son de derechas.

La derecha es el poder. La derecha es la imposibilidad de la alegría. ¿Han visto ustedes sonreír a Álvaro Uribe? La gente de derecha no sonríe, y cuando lo hace, muestra una mueca similar a la de la serpiente cuando se va a engullir la presa. Los de izquierda van al Goce Pagano, los de derechas, a la iglesia.

Los de derechas no bailan porque están ocupados haciendo plata y por eso no son felices. Los de izquierda leen y son sibaritas, mientras que los de derecha beben su propio veneno capitalista. Por eso se odian unos y otros.

No se odian porque unos lean a Rosa Luxemburgo y otros a Tocqueville; a Marx o Giddens. Se odian porque unos son infelices con plata y otros son felices solo con ideas: con el arte, con la poesía.

Un hombre de derechas no escribe poemas. Y si lo hace, es porque el poema tiene un sentido utilitario, pero nunca histórico.

En Cúcuta no hay nadie de izquierda. Bueno, sí, el viejo Amín. Y otros por ahí (¿Adip Numa?): gente pura sangre.  Pero en general, los de izquierda en Cúcuta resultaron lacayos, lambones, miserables, traidores, lameselas, en fin. Hace falta, mucha falta, intelectuales de izquierda, y si no los hay es porque los mataron a todos.

Decía al comienzo (de toda esta cháchara) que no me gusta hablar de lo que hago, pero hoy me toca, empujado por la vanidad, para invitarlos a mi programa de radio conducido por Luis Alberto Rodríguez Ordóñez. Todo el que quiera discutir o decirme cosas tiene los micrófonos abiertos, porque de lo que se trata es de convertir la discusión como motor de la historia.

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