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De manera que entre el ser y la naturaleza existe una magia fascinante; pero, aunque ambos se requieren mutuamente para vivir.
Domingo, 19 de Junio de 2016

Estamos dotados de una especie de sabiduría innata que nos da el poder de hacer que las cosas se vuelvan bellas: por ejemplo, al admirar un pájaro apresuramos sus colores y lo hacemos vida para permitirle salir del vacío, de una esfera incógnita, y dejarlo volar por el cielo. Es nuestro a partir de ese momento. O a una mata en flor: cuando la disfrutamos, ella siente que vibra en sus colores y se muestra preciosa, diáfana, en un estallido de súbito esplendor.

De manera que entre el ser y la naturaleza existe una magia fascinante; pero, aunque ambos se requieren mutuamente para vivir,  aparentemente es más poderoso el valor terrenal de la natura. Sin embargo, debo referirme al principio subjetivo, al hecho de que los humanos avivamos su sentido abstracto, sublime quizá, más valioso que el mero suceso material.

Es la atracción entre la filosofía de los sentimientos y el orden universal: se unen en la fascinación cuando concentran la hermosura en un instante único, en el pleno esplendor de nuestra imaginación.

Es concentrar las emociones en un ámbito del alma, en el rincón donde se da origen al maravilloso espectáculo de la intuición, para contemplar todo con una visión fortalecida en esa evidencia del arte que fluye desde la percepción milagrosa que poseemos.

El destino de ambos, ser y naturaleza, se genera en el principio único de Dios, y sus rasgos destellan en la verdad suficientemente demostrada de que hay un sendero terrestre para un camino celestial. Solo son indispensables la estabilidad y el reposo, como cuando el agua cae desde las cascadas y se hace mansa en el pozo, porque no necesita fluir más.

Pero, además, aparece el corazón, con la íntima alegría de deleitar el entendimiento, para asomarlo a una buena participación de las razones de la felicidad, aquellas que parten de la ternura, de las evidencias sencillas. Cuando destino y corazón se reúnen el alma está en condiciones de sonreír.

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