Escrito está: el que no escribe la historia se la escriben. Cuando me aplicaron la primera vacuna contra el coronabicho, por fin me sentí historiador, Plutarco de mí mismo.
No habría incendiado el templo de Éfeso para hacer historia, pero le habría advertido a Eróstrato que la piromanía era pésima idea para lograr que las chicas le copiaran.
En el afán desaforado de hacer historia, me veo encarnado en el general O’Leary que se dejaba ganar al ajedrez de Bolívar para treparle el ego.
Una voz me asegura que ayudé a levantar a san Pablo cuando se cayó del caballo, camino de Damasco.
Me veo haciendo historia acercándole un banquito a Napoléon para que pudiera montar sin problemas en su pura sangre.
Gustoso le habría hecho el cajón a Pedro Pascasio Martínez quien agarró a Barreiro de donde sabemos y lo entregó al ejército patriota.
Imposible imaginar a mi soldado Martínez, general de un sol, el que alumbra para todos, con una sonrisa a lo Gustavo Petro, encaletando el billete que le ofreció el chapetón a cambio de que le permitiera volver a sus paellas.
Nunca prescribirá el gesto de Pedro Pascasio. Prescribió sí la ilegalidad en que habría incurrido Petro cuando recibió billete para su campaña. En Colombia, todo nos llega tarde, menos una prescripción.
Decía que me sentí haciendo historia cuando recibí la vacuna de Astrazeneca. Uno debería escoger enemigos y vacuna. Menos en pandemia.
Como “poderoso caballero es don Dinero”, los fabricantes de vacunas se han dedicado a despotricar de la competencia. En Astrazeneca estoy y ahí me quedo. Lealtad ante todo.
En julio me aplicarán la segunda. No saldré a la calle porque de pronto me atropella una moto de irrisorio cilindraje. Tampoco saldría aunque el horóscopo me garantizara que me arrollaría una vanidosa Harley Davidson. ¡Imposible renunciar a otra salida a la calle dentro de tres meses!
Cuando hacía fila para la inyección, rodeado de colegas que están, como yo, frente al pelotón de fusilamiento de la vejez, pensé en lo fugaz de la vida, en lo eterno de la muerte, en qué cómo hay que copiarle al alcalde Quintero, aventajado pupilo de Petro, para durar como gerente de EPM, por ejemplo. (Si el actual no renuncia mientras esta columna se vuelve periódico de ayer).
En fin, en algo había que pensar en los quince minutos que dan para indagar si el vacunado no termina pidiendo dos Alka-Seltzers para hacer un yo-yo.
Si de L’Osservatore Romano me preguntara mi reacción después de la primera vacuna les habría dicho que todo bien. Y que saludos al Papa.
También les habría compartido este desolador tuit de la hija del presidente del Banco Santander que murió de Covid-19: “Somos una familia millonaria pero mi papá murió solo y sofocado buscando algo que es gratis: el aire. El dinero se quedó en casa”.