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Al fin, ¿de dónde es usted?
Historia de un interrogatorio amistoso y alegre, pero con un cierto tinte de ironía y de regaño
Jueves, 22 de Septiembre de 2022

Hace poco tropecé con un amigo a quien no veía desde hacía muchísimos años. Tal vez cincuenta o algo más. Fuimos compañeros de colegio y después cada quien cogió su camino. El tipo se hizo profesor universitario, se radicó un tiempo en el exterior y como “todo camino tiene su regreso”, según un poema, ahora anda de nuevo en su tierrita.

Me lo encontré en la Feria Internacional del Libro, en Bogotá, el día de la nortesantandereanidad, que organiza Julio GarcíaHerreros en plena feria, en la Carpa del recuerdo. ¡Bonito nombre! Mi viejo amigo (o amigo viejo) acababa de comprar mi libro, El pueblo de los molinos de viento, y me buscaba para que se lo autografiara. Un estrechón de manos, uno, dos abrazos, palmaditas en su espalda y mi barriga, y tanto tiempo por resumir en pocos minutos, nos obligaron a retirarnos un poco del gentío que colmaba la carpa. Terminamos el pastelito de garbanzo, guardamos las colaciones de Pamplona para más tarde y en medio de risas y preguntas buscamos un rincón donde guarecernos del bullicio. Sonaban las Brisas del Pamplonita y las danzas de Rosalba Salcedo hacían la fiesta en medio del frío capitalino.

Fue entonces cuando me lanzó la pregunta a boca de jarro: “¿Al fin de dónde es usted? Cuando estudiábamos, sabíamos que era de Las Mercedes, pero cuando le interesa dice que es cucuteño, aquí en el libro dice que es de Sardinata, y sus amigos de La Victoria dicen que usted es victoriero. ¿Por qué no se define?  ¿O es que pretende poner a pelear a varios pueblos por su cuna, como Lucio Pabón Núñez que se lo disputan Convención y Villacaro, o como el poeta Homero, cuya cuna se la disputan siete ciudades de Grecia?”

El interrogatorio era amistoso y alegre, pero tenía un  cierto tinte de ironía y de regaño. Sonreí y le contesté con aquella canción de Facundo Cabral que dice: “No soy de aquí, ni soy de allá, y ser feliz es mi color…”.   

Le recordé a mi amigo lo que una vez escribí, que mi nacimiento se lo disputan varios pueblos, pero al revés: En La Victoria dicen que soy de Las Mercedes. En Las Mercedes aseguran que soy de Sardinata. En Sardinata dicen que allá ni siquiera me conocen. Y los cucuteños dicen que aquí caí en paracaídas”. Y le rematé con una estocada final: “Pero viéndolo bien: ¿A quién le puede interesar dónde nací yo?”. 

Sin embargo, satisfice la curiosidad del amigo: Nací en una vereda de La Victoria, de nombre Las Flores. Auténtico campesino, me mecieron en un maquero (cuna de bejucos), en medio de un cafetal, pero a los cuatro meses me llevaron para Las Mercedes, de manera que todos mis recuerdos felices de la infancia son de allí, un caserío pequeño, rodeado de agua, cielo y montañas. La Victoria y Las Mercedes pertenecen a Sardinata, por lo que  también soy sardinatense.

Precisamente ésta es la semana de las Fiestas Patronales en Las Mercedes. Ya se escuchan las tamboras, los tiples y las maracas, las campanas afinaron sus toques y a la Patrona, la Virgen, le pusieron un ligero rubor en las mejillas, algo de colorete en los labios y le peinaron la abundante cabellera para tenerla en forma el día central de la celebración. Las muchachas tienen listos sus vestidos para estrenar. Los muchachos echan ojo en busca de   novia.   Y los mercedeños de todo el mundo regresan por estos días al pueblito. Porque esta semana, la orden es una sola: “A gozar de la vida en Las Merceces".

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