Las noticias económicas globales no son buenas. Con Guerra Fría en Europa y en el Pacífico, los mercados se resienten. China y Rusia ponen a prueba la tolerancia de Biden y la decisión de los EE. UU. de mantener su supremacía militar, económica y democrática. Escaramuzas coordinadas en Taiwán, Ucrania y Bielorrusia, provocan amenazas de sanciones a líderes, empresas y naciones. El contexto para esas tensiones es de inflación, dificultades logísticas y de transporte, alza en las tasas de interés y desespero por un virus que no abandona esta humanidad agobiada y doliente. Organismos multilaterales y analistas han bajado las previsiones mundiales de crecimiento para 22 y 23.
Colombia terminó un año con alto crecimiento relativo frente a la caída estrepitosa del 2020, recuperación del empleo más lenta e inflación alta pero menor a la de EE. UU., y un Banrepública dispuesto a no permitir que se instale una tendencia imparable de aumento en los precios: ha subido sus tasas y lo seguirá haciendo en sintonía con los otros bancos centrales independientes. El éxito que tengan alimentará el debate mundial sobre esa independencia. Está por verse si la receta tradicional de subir los intereses y recoger dinero para luchar contra la inflación por nueva demanda, que no es el caso, es eficaz contra los males que aquejan a la economía y no paraliza la reactivación.
Nuestra actividad productiva se ha recuperado bien. Altos crecimientos en manufactura y comercio han empezado a aparecer. El agro sigue con buenos precios pero los insumos se han encarecido abrupta y radicalmente. Los servicios muestran buena cara y los bancos parecen tener buena salud que esperemos les dure. Los indicadores fiscales son malos: deuda altísima, déficit por las nubes, cuenta corriente muy desequilibrada, pero buenos precios y aumento de la producción y la exploración de energía fósil. Nuestras exportaciones no mineroenergéticas se han comportado bien a pesar de no contar con Venezuela y los instrumentos de comercio, como los TLC que van cumpliendo más de una década, han sido beneficiosos para crecer y para enfrentar con éxito las dificultades de los últimos dos años.
Y algo que no es de menor cuantía: a pesar de las alzas exorbitantes en fletes marítimos y en logística, a pesar de la escasez mundial de algunos elementos claves como chips, el mercado colombiano parece mejor abastecido que otros más desarrollados. Por ejemplo, en el Medio Oriente faltan medicinas y agua, ambas importadas. En India no hay carros ni computadores disponibles. En Brasil, se está pidiendo que la gente reduzca su consumo de electricidad un mínimo de 20% por la sequía que ha afectado también cosechas como café y azúcar, productos que mantendrán sus altos precios internacionales para nuestro beneficio. En África y Europa falta el gas para cocinar y para producir electricidad y calor. En China falta el carbón del que produce cuatro mil quinientos millones de toneladas y tiene que importar el 10% restante; ha retrocedido en sus compromisos de emisiones, sin ninguna vergüenza; Colombia debería, también sin ninguna vergüenza, abastecerla en la transición con sus reservas de la Guajira. Además, en China y en los EE. UU. faltan papel de toda clase, zapatos tenis y juguetes.
La escasez se debe a congestión portuaria, falta de contenedores, cierre de producción de materias primas y manufacturas por el virus; y a sequía, inundaciones, tensiones militares en Europa y en el Pacífico. Escasez produce inflación. También la produce la inmensa liquidez mundial derivada de la asistencia social durante la Covid.
Aquí la hemos sacado relativamente barata porque nuestro aparato productivo ha respondido y producimos casi de todo lo que en el mundo falta. No hay sequía, sino exceso de agua por el momento. Hay que hacer todo para aguantar un trecho más y aprovechar las oportunidades, sin dejarse tentar del espejismo de no explotar más energía fósil. Y acelerar Hidroituango.