Se conmemoran veinte años de la catástrofe de las Torres Gemelas, el Pentágono y los cuatro aviones usados para atacar a los EE. UU. en su suelo. Fueron 3.000 muertos, diecinueve terroristas. Los heridos fueron veinticinco mil. Las pérdidas materiales se calculan en quince mil millones de dólares. La malévola cabeza de estos atentados fue Osama Bin Laden como expresión de la yihad, es decir de los sacrificios que debe asumir un musulmán para que reine, soberana, la ley del Profeta.
El efecto sobre las bolsas, la actividad económica toda y la confianza en la capacidad de Occidente para evitar futuros eventos de similar impacto, fue devastador. Incluso la crisis del 2008 puede atribuirse al 11S. Pero la afectación más grave la sufrió la moral de los Estados Unidos; incluso llegó a contagiarse Europa: parodiando a J.F. Kennedy en Berlín durante la Guerra Fría, en Francia se decía “Nous sommes tous américains”, al estilo de “Je suis Charlie” por las bombas de 2015 en París.
En 2001 Bush hijo declaró la “guerra contra el terrorismo”. La lista de objetivos militares empezaba con Al Qaeda y Osama Bin Laden y se disparó todo el arsenal de sanciones económicas para desmantelar la financiación de los grupos radicales armados. En octubre, Estados Unidos inició su “guerra más larga” e invadió Afganistán, donde el talibán había dado su apoyo a Bin Laden. Se habilitó Guantánamo cómo prisión fantasma para los combatientes ilegales vinculados a células terroristas especialmente en Irak y Afganistán. Diez años después se logró dar de baja a Bin Laden, en el gobierno Obama. Y veinte años después, Estados Unidos se retira de Afganistán entregando el control de ese país al odiado talibán. Bush hijo invade; Clinton se mantiene; Obama da de baja al principal agente del 11S; Trump decide negociar con el enemigo talibán y fracasa; Biden retira la presencia militar.
A pesar de la indignación mundial, no faltaron las voces que criticaron la invasión de Afganistán. Decían que los Estados Unidos no tenían mandato legítimo para invadir un país buscando sus propios objetivos de justicia. Se inició la guerra de Irak año y medio después. Se decía que Sadam tenía relaciones con Al Qaeda y que contaba con armas de destrucción masiva. Se eliminó a Sadam Hussein e Irak sigue hoy invadido, en medio de una guerra civil no declarada, con miles los muertos civiles y millones los desplazados. En Irak han perdido la vida más de cuatro mil efectivos de los Estados Unidos, dos mil quinientos en Afganistán.
Impresiona el debate sobre el retiro de EEUU de Afganistán. Palo porque lo invadieron, palo porque lo desocuparon. La justificación inicial de lucha contra el terrorismo, se ha convertido en una petición de protección a las mujeres y los niños, alegando que el talibán va a acabar con los avances de estos grupos durante la invasión norteamericana.
No se pudo instaurar la democracia en Afganistán y en Irak es aún difícil este objetivo, que es el de las intervenciones de EE. UU. y la ONU.
El gobierno talibán sin EE. UU. ha significado bombas en Kabul con muertos numerosos, opresión a las mujeres, ministros con recompensas multimillonarias sobre sus cabezas y reaparición de ISIS como amenaza global. Sin embargo, el talibán pide ayuda internacional y dice que será más respetuoso de sus ciudadanos.
Es difícil creer que EE. UU. se haya retirado de Afganistán sin un acuerdo mínimo con el talibán. La reunión del jefe de la CIA, William Burns, con el líder Abdul Ghani Baradar, da indicios sobre posibles compromisos del talibán como gobierno.
El siglo XXI es bipolar en materia de geopolítica. Primero se aplaudió la campaña de EE .UU. y sus aliados contra el terror; luego se les exigió respeto por la autodeterminación de los pueblos y por los derechos civiles; ahora se les culpa por retirarse. Eso prueba la debilidad del sistema multilateral, el que habíamos creado para evitar la ciclotimia de las grandes potencias.