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De tatucos, peroles y tiestos
-Mire a ver si allá se me quedó el tiesto -me llamó mi mujer en días pasados.
Jueves, 21 de Noviembre de 2013
-Mire a ver si allá se me quedó el tiesto -me llamó mi mujer en días pasados.

Tuve ganas de contestarle que “obvio, que el tiesto es de la cocina, que no entendía por qué tenía que cargar con el tiesto para su sitio de trabajo”, pero no le contesté nada para evitar enfrentamientos telefónicos. Al contrario, con mi acostumbrada resignación hogareña, me dirigí a la cocina y, tal como yo lo suponía, ahí, calientito, sobre la estufa, después de haber servido para hacer las arepas del día, estaba el tiesto, negro, quemado, como todos los tiestos de todas las cocinas del mundo.   No conozco un tiesto que no sea negro, lleno del hollín de la estufa, y hasta llego a pensar que los tiestos son negros por naturaleza.

Pero, eso sí, serviciales. Los tiestos, como todos los negros, son serviciales, buenos y uno los quiere con el alma. Y son hechos para lo que son hechos. Las arepas no se asan en peroles ni en ollas ni en sartenes. Se hacen en tiestos, a fuego lento, y las arepas quedan sabrosas. Es más. Hasta al mismo Creador lo meten en el cuento de los tiestos. Mi abuela decía que “Dios en su infinita bondad, le da a cada tiesto la arepa que se merece”. O al revés: que a cada arepa le da el tiesto que se merece. Lo decía por referirse a la mujer con que cada hombre se casa.

Pero me salí del cuento. Le devolví la llamada a mi mujer para decirle que ahí estaba su tiesto (no yo, sino el tiesto de nuestras arepas). Salí regañado. El tiesto al que se refería mi mujer era su celular, su aparato, su teléfono móvil. Pero, de una manera injusta, injusta con los tiestos, le dijo “tiesto” a su aparato.

Caí en cuenta, entonces, de la riqueza de nuestro idioma, en el que una palabra puede tener diversos significados. Y se escriben de la misma manera y se pronuncian igual.  

Me puse a echar cabeza y llegué a la conclusión de que a los celulares se les llama de varios modos, por costumbre o por pereza o porque sí.

-¿Por qué no contesta su tatuco? –me dijo una amiga, cierto día.

-Porque lo tengo dañado –le dije. Yo sabía que mi amiga se refería a mi celular, cuyo número debí cambiar por daño. Y no es que el tatuco fuera viejo, pero sí resultó de mala calidad.  

El término tatuco también se usa para señalar varias cosas. Mi hijo, por ejemplo, toca en la banda de guerra de su colegio, el Sagrado Corazón. Cierto día  se le dañó el tatuco que él toca, una corneta de la primera banda que tuvo el colegio, hace ciento ocho años, y mi hijo tuvo que pagar una multa. El tatuco se le había dañado en sus manos.

Hace poco también escuché que una muchacha, estudiante de bachillerato, se refería a su celular, pero ella sí, de una manera cariñosa. No le dijo tiesto, de forma despectiva, ni lo llamó tatuco. Le contaba a una amiga que se le había perdido “su perolito”. Y no se refería a su novio. Era su celular. Perolito. No faltan, sin embargo, los que los llaman peroles.

Aquí debo terminar este escrito porque  mi perol me está sonando hace rato. Debe ser de La Opinión que me llaman, para que le apure con mi columna.

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